Comentario
INTRODUCCIÓN
El proceso de descubrimiento, conquista y colonización del Nuevo Mundo generó tantos y tan profundos cambios en las sociedades europeas y americanas que, evidentemente, su simple enumeración requeriría más páginas de las que disponemos. Desde el punto de vista científico-literario --que es el que aquí interesa--, la principal consecuencia del contacto de hispanos e indios consistió en la aparición de la crónica de Indias, un género literario a caballo entre la historia, los relatos de viajes y la etnografía. Elocuentes testigos de las andanzas de los castellanos por las tierras americanas, las crónicas de Indias surgen por decenas a lo largo y ancho del vasto imperio español; pero serán las procedentes del virreinato de la Nueva España --levantado, como bien sabe el lector, sobre las ruinas de Estado aztecatl-- las más atractivas e interesantes.
La historiografía la colonial novohispana presenta una serie de rasgos que no se encuentran en otras zonas sometidas al yugo europeo. La crítica contemporánea ha hecho hincapié en el valor científico de las obras redactadas por misioneros y funcionarios, verdaderos pioneros de la ciencia antropológica1. Sin embargo, lo expuesto no debe valorarse en exceso, pues todo fenómeno colonial implica el desarrollo de la etnología. Lo verdaderamente característico y peculiar de las historias y relaciones mexicanas reside en que una considerable parte de las mismas se debe a la pluma de indígenas o mestizos.
El viejo axioma de que la historia la escriben los vencedores no se cumple totalmente en México, ya que los habitantes de la altiplanicie nos legaron sus dolorosas impresiones sobre lo que se ha dado en llama el trauma de la Conquista. Ahora bien, la aportación nativa al arte de Clío no se limitó a la descripción --magistralmente estudiada por León-Portilla2-- de los dramáticos acontecimientos de 1521, puesto que los autores indios también abordaron el pasado precortesiano. Las ingenuas y crédulas crónicas indígenas no alcanzaron la sofisticación metodológica o la rigurosidad científica que caracteriza a los escritos españoles, mas está fuera de discusión que nuestros conocimientos sobre el antiguo Anahuac serían mucho más limitados sin su contribución.
La pujanza y vitalidad de la historiografía indo-mestiza-mexicana se realza si comparamos sus frutos con los procedentes de otras áreas mexicanas. ¿Por qué no se dio este florecimiento literario entre los mayas, los incas o los tarascos, etnias cuyo nivel cultural era similar al de los nahua de México? Dejando a un lado la respuesta simplista --se redactaron, pero han desaparecido--, esta apasionante pregunta sólo se puede contestar atendiendo a dos factores exclusivos del proceso histórico del Anahuac: la compleja situación política del período prehispánico y la actividad misional de la Orden Franciscana.
Si se ignoran dichos elementos, resulta imposible calibrar en sus justas dimensiones la obra de Ixtlilxochitl, quien, dicho sea de paso, no es más que el primus inter pares de los cronistas nahua.